Hace años, en 2016, escribí este post que encontré el otro día buscando entre los más de 3.800 artículos que he publicado desde que, en 2007, creara este rincón de reflexiones que, en algún momento fue un prestigioso blog de Marketing.
Más allá de lo que fue o de los premios que gané cuando los blogs estaban de moda, me gusta en lo que se ha convertido. Aunque mi ego querría seguir teniendo esos más de 20.000 lectores al día y no los valientes 300 que me visitan en la actualidad, reconozco que me gusta la intimidad desde la que escribo. Hoy en día es una especie de diario. Es un lugar en el que de vez en cuando dejo mis dedos moverse por el teclado sin rumbo ni dirección, mientras sin saber cómo dejo de ser protagonista y me convierto en un mero espectador, a la espera del momento del clímax. Del final del post y los retoques necesarios antes de publicarlo, sabiendo que hay gente "en el otro lado" disfrutando de cada palabra, de mi escritura acelerada e incluso de mis errores. La vida misma, supongo.
Pero a todo esto... yo no quería hablaros de mí, o de cómo de vez en cuando me pongo a navegar por el blog de forma aleatoria y me sorprendo leyendo cosas de hace años que no recordaba (puedes llamarme Dori... es lo que soy). No. Esa no era la idea cuando he cogido el portátil y lo he puesto entre las piernas, mientras suena un tema de piano muy relajante en Spotify (ahora repasando el post, suena love of my life, de Queen)
Mi idea (y por eso el primer párrafo) era y sigue siendo hablaros de las relaciones entre padres e hijos. Quizás desde la óptica de tener 51 años de experiencia como hijo y 18 como padre, pueda dejar por escrito alguna reflexión que caldee algún corazón o, quizás, un recuerdo por escrito que puedan leer mis hijos cuando yo falte.. o mis padres (que no tengo muy claro si siguen leyéndome a estas alturas).
Los que me conocéis mejor sabéis cómo escribo. Los que estáis descubriéndome últimamente, intuyo que más o menos me vais calando, así que seguro que no os sorprende si os digo que voy a ir dejando por aquí ideas que rondan mi cabeza, y veremos si soy capaz de darle forma a medida que una palabra se junta con la anterior y con la siguiente. Allá van algunas cosas que pienso "en back" y que rescato ahora.
Autoridad vs Acompañamiento. Del trato de usted de nuestros abuelos a ser otro "bro"
Lo primero que quiero poner en valor es que los padres ya no somos vistos por nuestros hijos como nosotros veíamos a nuestros padres a su edad. Ya no digamos la forma en la que mis padres se relacionaban con mis abuelos. Lo que resulta evidente es que hay un punto de "respeto a la autoridad" que ya no está ahí. O al menos no está tan presente como yo lo viví, y creo que la culpa la tenemos los padres de ahora, que precisamente para acortar la distancia que impone el respeto que nosotros vivimos, hemos cruzado al otro lado y sin darnos cuenta, hemos sido vistos por los hijos como un colega más. Error. O quizás no, porque de camino se construyen relaciones de complicidad que son maravillosas, pero creo que como sociedad hemos perdido la tensión de la cuerda. Y quiero creer que la cuerda tiene que mantenerse tensa para cumplir su función.
Y dicen por ahí que lo cortés no quita lo valiente. Recuerdo perfectamente irme de vinos con mi abuelo Jaime en Torrelavega, o marcharnos los dos a ver el Tour de Francia a un bar en nuestros veranos en Playa América o Panxón. En esos momentos, no era mi colega. Era mi abuelo, pero un abuelo guay que siempre tenía las puertas abiertas para sus nietos. A su manera. Con su estilo, pero de un modo entrañable y auténtico, se dejaba querer y se acercaba a nosotros, siempre manteniendo esa distancia que da "la figura" de abuelo. Luego en casa, sus palabras eran respetadas por todos, y si tenía que reprenderte por algo que habías hecho mal, lo hacía con la autoridad ganada y concedida. Y allí no había más que hablar.
Cuando veo la relación de mis padres con mis hijos, veo cosas que yo viví. Veo ese respeto y admiración. Veo esa vuelta de tuerca de los abuelos para con sus nietos. Esas ganas de disfrutarles y de estar para todo, manteniendo la importancia de la figura por encima de todo. Educando pero sabiendo que esa tarea nos corresponde a nosotros. ¿Entonces? Ah... espera. Entonces los que lo estamos haciendo regular somos nosotros, los padres. Principalmente porque los niños saben comportarse como nietos, pero frecuentemente se equivocan haciendo de hijos. Y no pasa nada, porque todos nos equivocamos, y de los errores se aprende. Pero para corregir comportamientos y darles herramientas para crecer, somos los padres quienes tenemos que poner de nuestro lado.
Huelga decir que no tengo un manual de instrucciones. Lo busqué cuando nació Jaime y al no encontrarlo, creo que incluso le pregunté por él a la enfermera que me puso a Lola en brazos a los minutos de haber nacido. Pero no. Puedo confirmar que al menos yo no lo encuentro por ningún sitio, y que supongo que (ChatGPT mediante) aprenderemos sobre la marcha. Prueba y error. A la vieja usanza.
El momentum. Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes; los tiempos fáciles, hombres débiles.
Quizás el momento que nos ha tocado vivir tenga algo que ver en la forma en la que nos interrelacionamos padres e hijos. Suena a excusa, pero quiero creer que algunos matices educacionales tienen que ver con las situaciones vitales que vivimos los padres y viven nuestros hijos.
Lo primero es que nosotros no hemos vivido ninguna situación crítica. Ni guerra civil ni el delicado proceso de la postguerra y la modernización de España de los 50 a los 70. Desde luego tampoco nuestros padres la vivieron íntegramente, pero si la sintieron más cercana. En primera persona o basada en las experiencias transmitidas por sus padres. Fueron años difíciles en general, y las prioridades eran otras. Prosperar, subsistir, sobrevivir incluso.
Nosotros (hablo por mí, obviamente) tuvimos todo lo que necesitamos para ser felices. En todos los planos, incluido el económico o el de "necesidades cubiertas". Lo teníamos todo, pero de un modo controlado. La cultura del ahorro que tenían mis padres no la tenemos nosotros. Quizás porque ellos venían de una situación más modesta y llegaron donde llegaron con el sudor de cada día, y con la suma de sacrificios a lo largo de los años. Hoy nuestros hijos viven en una constante orgía de excesos. Tienen de todo y como padres no hemos sabido manejar la gestión de sus expectativas. No les hemos enseñado que las cosas cuestan. No hay una cultura del esfuerzo, porque hemos cometido el error constante de que a los niños "no les falten de nada". Y de hecho les sobran muchas cosas (entre otras, tontería).
La inmediatez se ha apoderado de nuestra sociedad, y somos los primeros culpables. Os voy a contar algo que recuerdo perfectamente de mi adolescencia, y que de algún modo he mantenido hasta ahora. Recuerdo perfectamente la ilusión que me hacía estrenar cosas. La ilusión con la que esperaba los regalos en Reyes o Navidad. O en mi cumpleaños. Porque los "regalos buenos", los que querías de verdad (y prácticamente el único momento para cierto nivel de excesos) tenían lugar en esas fechas. El resto del año, pan y agua, José Luis. Pan y agua (metafóricamente, por supuesto). Recuerdo perfectamente dormir con los regalos que más ilusión me habían hecho en la mesita de noche o a los pies de la cama, para jugar o para estrenarlo al día siguiente. Siempre he sido un poquito ansioso. Así soy.
Hoy en día, les compramos cosas según sale de su boca la frasecita de "quiero" o "necesito", Con un sentido crítico del exceso más bien inexistente, hemos construido pequeños monstruos que tienen de todo. Y cuando llega el momento de los regalos, tenemos que hacer malabarismos logarítmicos (cada año sensiblemente más complicado que el anterior) para mantener esa hoguera calentando la habitación en la que dicha orgía de excesos está teniendo lugar. Y el problema es que cuando estás subido en esa bici sin frenos, bajando la montaña... es difícil parar. Sobre todo si las cosas te van bien. Si no tienes problemas, siempre encontrarás ese peligroso "Why not?" que lejos de ayudar...
Y como dice mi madre. "Rezo para que te siga yendo bien, porque si algún día no es así... "(yo creo que igual que he aprendido a gastar porque tengo, podré dejar de hacerlo cuando no tenga... pero lo cierto es que, como algunas otras cosas, vamos a dejarlo en "veremos")
El tiempo, ese gran desconocido. La inexistencia del mañana y la nula planificación
Una cosa que me sorprende de mis hijos (y en general de su generación) es su pérdida de horizontes temporales. El mañana no existe. Son incapaces de planificar a un mes vista. ¿Qué digo un mes? Ni siquiera son capaces de planificar el fin de semana, o la semana que viene. Viven anclados en el hoy. En el día a día (como Rambo)
Bromas aparte, lo cierto es que seguramente fruto del punto anterior, relacionado con la inmediatez de las cosas, son incapaces de esperar por ellas, o de planificarse para conseguirlas. Y quizás en otro post (que este me está quedando muy largo) podamos hablar de la (nula) gestión de la frustración que tienen los muchachos.
Esfuerzo, resultados. Acción, reacción. Recuerdo muchísimas veces la frase de mis padres (por algún motivo se la atribuyo a mi padre, pero podría ser perfectamente mi madre quien me la dijera más veces, ya que era ella quien llevaba el mayor peso de nuestra educación :
Primero la obligación, y después la devoción
ALTER TABLE salidas
ADD CONSTRAINT chk_estudio_previo
CHECK (
EXISTS (
SELECT 1 FROM estudios e
WHERE e.usuario_id = salidas.usuario_id
AND e.fecha_estudio = salidas.fecha_salida
)
);
O lo que viene a ser lo mismo (simplificado):
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