Hoy me paso por aquí para hablaros de uno de mis grandes placeres...el cine de animación, que disfruto con la misma ilusión con la que una niña de cinco años abre un regalo inesperado de manos de… bueno, de cualquiera.
En este caso se trata de una película que descubrí en Disney+ “Ron Da Error” (estrenada en 2021).
Por poneros en contexto, la película nos cuenta la vida de Barney, un adolescente poco sociable cuyo mayor deseo es tener un B-Bot (dispositivo preparado para ser “tu mejor amigo”) y lograr encajar al fin en la “sociedad”, en su instituto.
Casi dos horas en las que reír y criticar el “día a día” de un adolescente de hoy a partes iguales.
Pasando por alto los grandes detalles como son una abuela entregada y dispuesta a hacer absolutamente de todo por su nieto y un padre viudo demasiado absorto en el trabajo (tele-trabajo de hecho, lo cuál demuestra que estar de cuerpo presente no quiere decir nada más que estrictamente eso), la película saca a relucir los mejores y peores defectos del “internet de las cosas” en un simple dispositivo amigable.
Ahora, con ALERTA DE SPOILER (si quieres verla sin saber nada más, es el momento de que salgas de aquí, pero te estaré esperando a la vuelta!).
El B-Bot de Barney, por casualidades de la vida, no se encuentra conectado a la red. Se trata de una inteligencia artificial totalmente “vacía”, y dispuesta a aprender e inculcarse en los valores de su dueño (que no deja de ser un adolescente), aunque esto es solo el comienzo.
Como todos los niños (y adultos), Barney intenta esconder aquello que falla, que le avergüenza, que considera “no apto” a los ojos de los demás. Supongo que con 12 ó 13 años nos esforzamos en encajar con los demás, aunque lo que hagamos sea marcar la distancia para dejar de ser nosotros mismos…o serlo y aislarnos, de adultos. Está claro que el B-Bot no es consciente de su problema, y tal como indica su programación base, intenta complacer a su nuevo amigo. Aquí tenemos un ejemplo de la vida misma…el que se esfuerza en complacer por un lado…el que da las órdenes en el extremo contrario, como si de un balancín se tratara.
Un par de errores del B-Bot sobre su misión de “aprender” sobre Barney hacen que el adolescente quiera devolverlo, porque “las cosas ya no se arreglan, se devuelven”, y así se lo hace saber a su escandalizada abuela. Y me pregunto… ¿a eso estamos acostumbrados hoy en día?, ¿a no luchar por arreglar las cosas?, ¿a simplemente, cambiarlas por otras nuevas?
Quizá es que yo, pese a mi edad (a saber, casi 31), sea de “otra época”, o como dice un amigo “te han gestado durante 20 años”...pero no considero el cambio por opción, la falta de esfuerzo, de constancia. Yo sí creo en las cosas, sí creo en las personas. Aunque no descarto que ahora mismo lo que vuestros adolescentes interiorizan es que no merece la pena arreglar nada. Da igual si se trata de cambiar un tornillo, una memoria SSD en un ordenador o de una relación. ¿No funciona? Cambiemos, consumamos. Compremos otro ventilador, otro portátil y cambiemos de pareja, porque la vida es fácil. No tenemos que adaptarnos…si no cambiar lo que no se adapta a nosotros.
La amistad va en dos direcciones, uno puede elegir a sus amigos, y está claro que Barney no quiere un amigo “defectuoso”. Y así nos encontramos, de camino a la tienda para devolverlo cuando se encuentra con el “chulo” de su clase. Esa persona que se hace grande simplemente porque hace sentirse a los demás pequeños, a base de avasallar e intimidar. Pero el nuevo B-Bot no tiene complejos, no tiene marcas, no tiene límites. No puedes hacer que agache la cabeza alguien que acaba de “nacer”. Welcome to the party, amigos. El cliché está servido con una “riña” física y una discusión fuera de tono entre el chulito de la clase y el nuevo “no mejor amigo” de Barney. Os ahorro los detalles.
¿Continúo?; Barney decide quedarse con su B-Bot defectuoso y enseñarle a ser su “mejor amigo”.
Enseñanza básica, “qué es un amigo”, definido como una persona que lo sabe todo de ti, a la que le caes bien, a la que le gusta lo mismo que a ti y que está de tu parte. Además, le gusta todo de ti.
Para que pueda serlo, tiene que encajar (con el mundo, claro, y parecerse a los demás), porque todos sabemos que lo que no encaja está destinado a perderse.
A medida que la película avanza, Ron descubre que su función es hacer amigos, pero como está desconectado de la “red”, no puede. Lo que hace que sea un inútil, un “trozo de plástico que solo puede seguirte”. Pero él quiere hacer amigos para Barney, y se preocupa sobre cómo hacerlo (un valor per se de la amistad, el preocuparte por tus amigos”.
Las instrucciones son claras, tiene que “compartir” cosas sobre él, como fotos de su comida, sus rutinas…Tiene que buscar a gente a la que le gusten las mismas cosas, enseñarles fotos, recibir comentarios, conseguir que “caiga bien” y así tendrá solicitudes de amistad. Además, como le dice una chica…”sin amigos no sobrevivirá a secundaria”. ¿Durilla la frase, no? Pero la vida misma al final, o al menos, lo que te quieren hacer creer los que forman parte de ella. Barney, al igual que su B-Bot, no sabe hacer amigos. Se pasa el día solo, y los recreos esperando que alguien se acerque para poder hablar, cosa que nunca ocurre. Y es uno de tantos. De todos aquellos que se refugian detrás de una pantalla, de un libro, de unos apuntes. De aquellos que no levantan la mirada por miedo o vergüenza a no saber devolverla a quien le observa, de no ser capaces de mantenerla e iniciar así un diálogo sin palabras que pueda derivar en una media sonrisa o un “hola” tímido. Miedo también a los cuchicheos, al “qué dirán” los demás al verte ahí, a todas las intensas películas que la mente inventa cuando tiene tiempo y se siente desprotegida.
Avanzamos en la trama, Ron intenta buscar amigos para Barney sin éxito, y este se siente, negativamente, el centro del mundo. El caos se desata mientras los B-Bots del resto de personajes de la película se ven reducidos a una locura de desconexión del sistema, pudiendo ser “ellos”, sin los límites impuestos por la compañía que los gestiona.
Barney, enfadado, “rompe” el contacto con Ron. Pero como todos, en caliente decimos o hacemos cosas que no deberíamos y de las que al final nos arrepentimos. Y él siente haberse enfadado con su B-Bot. Siente que, a pesar de haberle dicho lo que es un “mejor amigo”, no ha sido aplicado de ida y vuelta. Y abre los ojos. Porque al final (y esto nos pasa a todos en mayor o menor medida), decimos lo que queremos; cómo queremos que nos traten, que nos escuchen, lo que queremos que hagan por nosotros, el cómo deberían actuar nuestros “amigos” ante tal o cuál situación…pero cuando llega el momento de hacerlo, nos olvidamos. Y muchas veces no sabemos estar a la altura de las expectativas que nosotros mismos le exigimos a los demás. Y caemos con todo el equipo.
Pero esto es 20th Century Studios, amigos, así que no problem.
Ron y Barney hacen las paces. Este último le explica que no importa que no sepa llevar a cabo la tarea para la que fue creado, no importa que se haya equivocado, que haya hecho las cosas mal, porque es su amigo; su mejor amigo.
Y tan solo tienen que quererse, caerse bien, estar juntos.
Tan sencillo como eso. No tienen que gustarle las mismas cosas, no tienen que opinar igual. Tan solo apoyarse.
Pero como todo, siempre existe un drama. Y en esta película, viene derivado del problema máximo de la tecnología hoy en día; la batería. Ron se está “muriendo” y tras algunas vueltas y peripecias, consiguen hacerse con él y formatearlo. Claramente, una vez conectado a la red, Ron ha desaparecido. Tan solo es un B-Bot más, común, que encaja.
No reconoce a Barney, no existen sus enseñanzas, su complicidad, sus bromas. Por mucho que esté programado para ser “su mejor amigo”, éste, ha desaparecido en la red de la compañía. Solo queda un envase de plástico vacío. Y como buen amigo, no lo acepta. Quiere recuperar a Ron, al auténtico, al que escapa a toda programación posible.
En el resto de película transcurre su rescate (fructuoso o no, deberéis verla para saberlo).
A mí me ha dejado un buen sabor “de corazón”. Porque en algo más de hora y media, estos dos protagonistas dan un repaso a los valores de la amistad, al esfuerzo, al amor.
Demuestran que el sacrificio, a veces, es necesario aunque duela. Que, aunque suene a cliché, siempre que se cierra una puerta, se abre una ventana, tan sólo hay que querer asomarse a ella.
Y me hacen pensar, en mis incondicionales. O podría decir, mi incondicional, mi “Ron”. Esa persona a la que no le gusta todo de ti. Que te dice lo que no quieres (pero debes) escuchar, que está cuando tropiezas una y otra vez con la misma piedra (e incluso le pone un post-it de ánimo para que sonrías en la próxima caída).
Te lo dedico también a ti, que estás leyendo esto. Que eres amigo/amiga. Que eres amor. Que eres el incondicional de alguien. Porque a veces se nos olvida decirlo, se nos olvida ser agradecidos. Pero de verdad, os queremos. Con toda el alma.
Gracias, por permanecer siempre, contra todo pronóstico e incluso en las peores tormentas.
Te quiero.