04 junio 2022

El Blog del Marketing

El esfuerzo no es negociable

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Supongo que las personas forjan su carácter en base a sus experiencias y vivencias. Somos trocitos de nuestra propia historia. Desde que nacemos, cada uno de los momentos que vivimos y que observamos a nuestro alrededor van forjando nuestro carácter; van moldeando ese trozo de barro amorfo hasta convertirlo en lo que somos en nuestra época adulta.

Eso no significa que esa figura en la que nos convertimos, se convierta en "la figura" definitiva. A poco que hayáis tenido infancia, recordaréis que basta un poco de agua sobre cualquier figura de barro para poder moldearla un poco más. Seguramente no puedas hacer una palangana si tienes en tus manos un jarrón, pero hay matices de nuestra personalidad que pueden cambiarse. Matices sobre los que trabajar, para reforzarlos o atenuarlos.

Y justo aquí quería llegar, así que tengo que agradecer a mis dedos veloces, que me hayan traído hasta aquí de una forma casi casual. Quería hablaros del esfuerzo. Del afán de superación que en mi opinión va detrás de cada objetivo. Puede que no tenga siempre que ver esfuerzo y afán de superación, porque puedes esforzarte por responsabilidad, por cumplir un objetivo o simplemente porque es parte de tu carácter, porque te viene de serie.

Pero no vayáis a pensar que soy un ejemplo de esfuerzo y superación. O mejor dicho, no lo soy en todo lo que hago, porque lo cierto es que hay cosas para las que no contemplo otro camino que el del esfuerzo, el sacrificio... Hasta la extenuación. Hasta no tener un gramo de fuerza.

Por poner un ejemplo, me pasa con el deporte. No sé hacer deporte a medio gas. Nunca he podido. Cuando competía en natación llegaba acalambrado porque me dejaba el alma en la piscina. Recuerdo también perfectamente las pretemporadas de baloncesto, en las que cruzaba el umbral de casa de mis padres y me dejaba caer sobre la alfombra empapado en sudor e incapaz de mover un músculo. Cuando andábamos en bici igual, en las caminatas interminables por Picos de Europa y en muchas otras cosas.

Para lo que me gusta, no tengo límites. Aprieto los dientes y no sólo me esfuerzo. Necesito superarme. Sentir que mejoro. Sea cuál sea mi progresión y sea cual fuera el límite al que conseguí llegar mi objetivo era mejorar, y la tenacidad y el esfuerzo el camino para lograrlo. Huelga decir que hay una mezcla entre actitudes y aptitudes, pero asumiendo que las aptitudes más o menos están ahí, la diferencia (salvo en el profesionalismo, aunque diría que también) está en la actitud para afrontar las cosas. Para aprender de los momentos buenos y de los malos. Para mirar siempre hacia delante e intentar mejorar.

Y esto ocurre en todos los aspectos de la vida que podáis imaginaros. Quiero ser mejor amigo, mejor padre, mejor marido, mejor trabajador, mejor hijo… es mi forma de ser, y no sé por qué soy así, ni cuáles fueron las piezas de mis experiencias vividas u observadas que hicieron que el puzzle encajase de esta forma. Imagino que mis padres tuvieron un impacto significativo a la hora de modelar ese trozo de barro. También mis profesores, entrenadores, amigos, novias, compañeros… todo suma.

Pero no todo es tan bonito como parece, y reconozco que no siempre tengo esa actitud, y a veces me dejo llevar por la “pereza” mirando hacia otro lado. ¿Por qué lo hago? Pues porque a veces hay cosas que duelen e igual que soy un especialista en ver siempre el vaso medio lleno, lo soy de escapar de lo que duele. De mirar hacia delante y esquivar el golpe. Como si eso lo hiciera desaparecer. Como si no existiera. Me escondo. Meto la cabeza debajo de la tierra como si fuera un avestruz y no afronto las cosas con las que no me siento cómodo. Aquellas que no me gustan.

Y es curioso, porque hasta hace poco ni siquiera era plenamente consciente de esta actitud, y hoy puedo decir que no me siento orgulloso de ella. Poner las manos en mi cara para taparme los ojos durante unos segundos, no hará que el problema desaparezca. Imagino que es lo malo de ser adulto. Toca afrontar las cosas y no hacer como si no estuvieran. Aparentemente deja de existir a mis ojos… pero salvo que haya algún mago en la sala, lo normal es que esa situación no se volatilice… en algún momento aparecerá y entonces, no será un detalle menor, sino un “merdé” en toda regla.

Dejadme que os ponga un ejemplo (de los muchos que podría poneros). En el trabajo soy como en la vida misma. Todos mis compañeros desde que empecé a trabajar podrán confirmar que en el trabajo soy igual que en mi vida. Soy lo que soy. El mismo. Quizás no sea lo más “formal”, pero opino que ser natural y auténtico es algo bonito, y me comporto en todos los sitios tal y como soy. Al que le guste bien. Y al que no, también.

Pues os estaba diciendo que a lo mejor un día ocurre algo en el trabajo que me roza y me deja una marca en mi espalda. Pero mi capacidad para esquivar las balas hace que enseguida me coloque la camisa, vuelva a erguirme y mire hacia delante con cara de “aquí no ha pasado nada”. Pero seguramente al tiempo ocurra otra cosa que no me guste, o una situación que no es la que me esperaba y de pronto, siento como si un látigo me hubiera golpeado de nuevo. Apenas me ha rozado. Pero escuece y deja marca. Pero no pasa nada, vuelvo a colocarme y a mirar hacia delante.

Y de pronto, un día me doy cuenta de que voy por la mañana al trabajo y me siento un hombre gris, cuando no lo soy (recordad que he dicho unas líneas arriba que soy un tipo optimista, alegre, natural…) Y ese día no lo veo. No sé qué es lo que me hace estar desmotivado. Qué me hace estar triste. Qué me hace pensar en cambiar de trabajo. ¿No lo sé? Lo sé y no lo sé. Porque no resolver esos asuntos en su momento, han dejado unas marcas que sorprendentemente han ido creciendo… y donde había un arañazo, o un latigazo, hay un surco del que es imposible salir.

Así que, mi pequeño aprendizaje de hoy es que está fenomenal esforzarse y tener ganas de ser un 10 en todo, pero si algo lo estás dejando pasar porque duele, entonces no serás un 10. Enterrar las cosas no hace que desaparezcan, porque donde enterraste ese trocito de hueso, termina creciendo un árbol. Un árbol negro que acabará atrapándote con su sombra en los días de sol.

Esfuérzate, y si duele, solo es cuestión de intentarlo un poco más. Mira dentro, y si encuentras algo así recuerda remangarte y agarrar el toro por los cuernos. No hay otro camino.

Por cierto, como "bonus track" os dejo esta canción que siempre ha sido una de mis favoritas. ¿Adivináis de qué habla?


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