Supongo que de una forma u otra, estamos aquí para disfrutar. La vida es muy bonita y muy corta para centrarse en las cosas malas en vez de hacerlo en las buenas. Siempre es mejor quedarse con lo positivo que fijarte en aquello que no funciona, o que podría ser diferente. El vaso medio lleno o medio vacío. La luz o la oscuridad. El control de cada parámetro de tu vida o la adrenalina y el vértigo que puede causarte sentir que te estás dejando ir, empujado por el viento de cola, y sin un control absoluto de la situación.
Siempre que pienso en esa sensación de "vértigo y descontrol", me acuerdo de mi adolescencia, recorriendo en bicicleta las montañas de mi querida Cantabria con mi grupo de amigos. Subiendo, cada uno empujaba con lo que podía. Antes o después, todos llegábamos a la cima de la montaña, independientemente de la pendiente o de la dignidad con la que lo hiciéramos. Pero en nuestros ojos había resiliencia absoluta, porque todos conocíamos el premio de llegar arriba: La bajada.
Pero cada uno de nosotros es diferente. Cada persona gestiona "sus cuestas" de una forma distinta. En la bici de montaña y en la vida. Yo recuerdo que siempre me tiraba como un loco, siendo plenamente consciente del peligro de hacerlo así, pero disfrutando de la adrenalina y del "uy, uy, uy" con el que tenía que afrontar cada curva en caminos de tierra, cada charco que atravesabas a 60km/h o cada salto que dábamos. Y me caí un montón de veces. Y alguna de esas veces me di un susto de muerte, golpeándome contra el guardarrail y cayendo ladera abajo por una montaña, hasta golpearme el casco contra el tronco de un árbol.
Pero afortunadamente nunca me pasó nada grave, y disfruté muchísimo del camino. De cada bajada. ¿Tenía todos los elementos bajo control? No. Ni mucho menos. Pero siempre buscaba un poco más de velocidad, un poco más de riesgo, porque el viento en la cara y la sensación de ir gestionando cada curva sobre la marcha siempre me dio oxígeno, y ese oxígeno me hacía sentir vivo.
Afortunadamente no todos éramos iguales. La mayoría de mis amigos eran más prudentes. O solían serlo, porque supongo que hay algo contagioso en sentir la electricidad tan cerca, y de vez en cuando, mientras bajaba, escuchaba un grito detrás de mí... fruto de esa inyección de adrenalina que te atraviesa cuando sientes esa pérdida de control tan adictiva.
Yo nunca quise influir en la forma de gestionar las bajadas de mis amigos, pero disfrutaba de cada salida en bicicleta como si fuera la última. Y hoy, de camino al trabajo, pensaba que de algún modo, así he gestionado mi vida. Es verdad... no soy reflexivo y me guío por el instinto. Y me equivoco. Muchas veces. Y algunas de esas veces, mis decisiones impactan a la gente a la que quieres, y eso duele... pero sabiendo que tengo cosas que mejorar, reconozco que me gusta sentir el viento al bajar la montaña.
Imaginaros este verano, y todos los veranos de nuestra vida. A medida que se acerca el día en el que cierras el portátil y le dices adiós al trabajo hasta dentro de tres semanas, noto ese viento de cola. Noto esos nervios y esas ganas recorriendo mi espina dorsal. Y pienso en disfrutar. En familia, con amigos, del golf, de la playa, del deporte, de las cervezas, la comida... de la vida.
Porque vivir es lo que hacemos mientras estamos vivos. No hablo de que tengamos que vivir al máximo como si fuéramos una estrella del Rock&Roll, y cruzar líneas rojas que atentan directamente contra la salud y el sentido común. Pero dentro de las posibilidades de cada uno, la vida y la forma de vivir es una actitud. Ni siquiera es una decisión, porque aunque quieras exprimirla cual limón, tienes que tener un exprimidor a mano (saber hacerlo... dependiendo de tu forma de ser).
Tengo una amiga (de hecho dos) a la que por mucho que le aconsejes que viva, que disfrute y sienta el viento de cola empujando fuerte... No puede. Recuerdo hablando con ella en Torrelavega, hace un montón de años. Probablemente 20. Quizás más. Trataba de ayudarle, dándole mi opinión para anular sus "puntos de infelicidad", pero ella me presentaba argumentos cada vez más retorcidos para volver a su espiral constante de negatividad y frustración. De hecho, siempre cuento la anécdota de que uno de los días, recogiéndola en su casa para ir a tomar algo y presentarle a alguno de mis amigos (porque iba a vivir en Torrelavega una temporada), encontré un libro en su salón que se titulaba más o menos "Cómo ser infeliz y disfrutarlo". Estoy seguro que no era ese título, pero mi memoria de Dori lo recuerda más o menos así. Y es significativo, la verdad.
Y con esto quiero decir que por mucho que nos planteemos hacer las cosas de una forma u otra, las haremos conformes a nuestra personalidad. Somos lo que somos, y eso no se puede cambiar por mucho que queramos ver el vaso medio lleno... nuestra mente lo ve medio vacío. ¿Recordáis esa "polémica" con relación al color de un vestido de hace unos años? Pues supongo que es igual. Tu mente lo procesa de una forma, por mucho que otros quieran convencerte de que estás equivocado.
Ahora bien, lo cortés no quita lo valiente. Vivir es lo que hacemos mientras estamos vivos, así que pienso tomarme este verano de 2025 (igual que hice con los anteriores y que haré en los siguientes) como otra oportunidad más de pasar un ¡verano memorable! ¿Te apuntas? Sube, que te llevo, pero no grites mucho cuando sientas la velocidad en las curvas... es todo cuesta abajo.
#UnVeranoMemorable2025
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