El otro día vinieron varios amigos a pasar el día a nuestra casa de El Espinar. El plan era sencillo y sin fisuras. Por la mañana, Lorena y yo nos fuimos a dar un paseo a la montaña. Apenas dos horas de paseo para casi 10km por un bosque de pinares realmente espectacular, en una mañana fría, pero perfecta para caminar.
Después de la actividad de senderismo bajamos a casa. Ducha rápida con agua muy caliente para retomar temperatura corporal, y cada uno nos pusimos con una tarea diferente. Yo estuve cocinando mis famosos spaguetti bolognesa para el ejército de niños que estarían en casa a partir del mediodía.
Nuestros amigos fueron llegando a partir de las 13.30h. Jose María hizo una paella que estaba increíble y después estuvieron los niños dando vueltas, y los mayores tomando un café (alguno se atrevió con algo más fuerte, pero no fue mi caso). En ese momento, Javi y Gusa pusieron en las mesas bajas del salón un par de cajas de Manolitos de la franquicia Manolo Bakes.
Los había de todo tipo. Con chocolate blanco, negro, chocolate con leche, pistachos, limón... la verdad es que estaban buenísimos. Y gracias a esos Manolitos (de los que seguramente abusé), estoy aquí para compartir una reflexión que seguramente resulte ajena para la mayoría de los que no viven en Madrid. O incluso más... Para aquellos que no vivís en el barrio de Hortaleza-Ciudad Lineal. Os cuento.
En esta zona hay tres pastelerías llamadas Saúl en un radio de menos de 5km (aunque en internet acabo de ver que hay otra en la calle O'Donell). El caso es que dichas pastelerías se remontan a los años 50, en el que Saúl Sáez decide embarcarse en la aventura de abrir un obrador de pastelería en la calle Arturo Soria. El producto estrella de dichas pastelerías (archi-conocidas en la zona y bastante conocidas en Madrid en general) son unos croissants mojados en almíbar, pero recientemente han incorporado los que llevan chocolate por encima. Blanco y negro, si no recuerdo mal.
Volviendo a Madrid por la tarde/noche, hablaba con Lorena sobre qué croissants nos gustaban más, y ambos concluimos que preríamos los de Saúl. Quizás sea la fuerza de la costumbre, ya que llevamos tomando y llevando este postre a comidas y cenas de amigos durante más de veinte años, pero si me permitís, vamos a asumir que estamos en lo cierto. Imaginemos por un momento que son mejores los de Saúl que los de Manolo Bakes.
Entonces, ¿por qué todo el mundo en Madrid conoce los famosos "Manolitos" y solo los vecinos de Arturo Soria y alrededores conocen los de Saúl (a los que ahora, qué casualidad, los llaman "Saulitos")?
Supongo que es el peso del marketing. Pero en vez de suponer, voy a hacer un "análisis de garrafón" a partir de las famosas 4P's del Marketing. A saber, Producto, Precio, Punto de venta y Promoción.
Producto
Hemos concluido (y tendréis que confiar en mí, o al menos tomar esta asunción como válida) que el producto de Saúl es mejor, al menos en cuanto a que -según mi modesta opinión- sigue elaboraciones tradicionales, mientras que mi sensación es que los productos de Manolo Bakes son más industriales. De hecho, tengo serias dudas de que los elaboren en cada una de sus tiendas, ya que de vez en cuando me he cruzado por la ciudad con camiones de su marca.
Quizás los Manolitos le sacan ventaja por la variedad de croissants, con distintos sabores y una "pinta" muy trabajada y homogénea, pero en este sentido, Saúl avanzó bastante los últimos años, con la inclusión de los que tienen distintos tipos de chocolate, y... ¡Hasta les ha puesto nombre!
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